Editorial Algaida

Lo que pone en la contraportada

Rafael Montalbán tiene una forma poco ortodoxa de ganarse la vida: de jueves a sábado custodia la puerta de un club de alterne, y el resto de la semana ejerce de guardaespaldas ocasional y de cobrador de deudas por cuenta ajena. Pero su vida no fue siempre así: veinte años atrás era un boxeador prometedor que estuvo a punto de luchar por el título de Campeón de Europa superwelter, pero las cosas se torcieron: se enamoró de la mujer que menos le convenía y acabó traicionando a la única persona que se había portado bien con él. Ahora ha decidido empezar de nuevo, y cuando un periodista le propone ir a un programa de radio para contar su vida a los oyentes encuentra la excusa perfecta para expiar sus culpas. Pero eso no será más que el principio. Para volver al punto donde su existencia tomó un desvío equivocado y ajustar cuentas con el pasado deberá emprender un viaje que lo llevará desde Madrid hasta la costa de Cádiz, y luego a Lisboa.
Con una poderosa historia de amor y venganza como telón de fondo y la necesidad de ser aceptado por los demás, El síndrome de Mowgli es muchas cosas a la vez: una novela descarnada y tierna por momentos, donde el protagonista, Rafael Montalbán, por mucho que lo ha intentado no ha logrado encontrar su lugar en el mundo, como el protagonista de El libro de la Selva; un homenaje al personaje creado por Ruyard Kipling y a los libros y a los héroes que marcaron las lecturas de nuestra niñez; pero sobre todo es la confirmación como novelista de Andrés Pérez Domínguez, que atrapa al lector con su habitual fluidez narrativa y el espléndido desarrollo psicológico de los personajes.

sábado, 27 de diciembre de 2008

La crónica especializada (CEADE)

ANDRÉS PÉREZ DOMÍNGUEZ Escritor

Escrito por Patricia Lomas
“Me gustaría ser un escritor invisible”

Prefiere desaparecer detrás de las historias y que la novela deje de pertenecerle en manos de sus lectores. Sonriente y en pose relajada, se muestra humilde y entusiasmado al hablar de su trabajo. Tres éxitos en las librerías y multitud de premios acompañan a un sevillano que escribe sin dejarse condicionar por el mercado literario
Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969), comenzó a ganar conciencia en sí mismo como escritor tras participar en diversos concursos literarios de los que resultó premiado. Es el autor de las novelas El síndrome de Mowgli (Premio Luis Berenguer, 2008), El factor Einstein, La clave Pinner, las novelas cortas Los mejores años (Premio José Luis Castillo-Puche, 2002) y Duarte (Premio Tierras de León, 2002), la colección de cuentos Estado provisional (Premio Ciudad de Coria, 2001), y el relato Ojos Tristes (Premio Internacional de Cuentos Max Aub, 2001). Además, conduce el espacio "La biblioteca de Protagonistas", en Protagonistas Sevilla, que dirige y presenta Cristóbal Cervantes en Punto Radio, donde también se emite un artículo suyo cada semana, "La separata".
Pregunta. ¿Qué le impulsó a comenzar a escribir?
Respuesta. La escritura es una continuación del placer de la lectura. Nadie llega a ser escritor sin haber sido un lector compulsivo. Entonces llega un momento en que uno no tiene bastante con eso y quiere estar al otro lado de la barrera. Es la necesidad de contar algo, de ofrecer tu visión del mundo a los demás. Yo escribo para mí mismo, es decir, supongo que alguien me va a leer, pero yo no estoy condicionado por eso. Creo que estar condicionado en este sentido es malo ya que para escribir tienes que tener total libertad.
P. ¿Fueron difíciles sus primeras andaduras por el mundo literario?
R. (Sonríe) Yo tengo cartas de rechazo como para empapelar una habitación de editoriales que no han querido publicarme. Incluso después de haber publicado te pueden rechazar igualmente. Te la juegas en cada libro. Publicar te permite una cosa muy importante que es ganar conciencia en ti mismo y ver que lo que estás haciendo puede interesarle a los demás. Es como una bola de nieve que cada vez se va haciendo más grande. Para escribir hay que tener una paciencia refractaria al desánimo.
P. Hay muchas críticas en torno a la justicia de los certámenes literarios… ¿qué opinión tiene al respecto?
R. Hay mucho desconocimiento y mucha mitología, pero después te das cuenta de que no es así y de que la mayoría de las veces, sobre todo en certámenes sin interés comercial, en el noventa y nueve coma nueve por ciento, no hay trampa ni cartón, que son premios limpios y que gana la mejor obra. No quiero decir que los otros no sean limpios, lo único es que a veces están condicionados a determinados aspectos comerciales que desde fuera pueden ser un poco difíciles de entender.
P. ¿Qué es lo que más le molesta de las personas con las que has tenido que tratar?
R. En el mundo literario hay mucha presunción y mucha vanidad. Eso me molesta. A mí me gusta pasar desapercibido, aunque parezca un poco paradójico, porque en esta profesión tienes que aparecer en los medios, hacer entrevistas… pero todo ello forma parte de tu trabajo. Me gustaría ser un escritor invisible, pero eso es imposible.
P. Sus novelas… ¿son más fruto del trabajo duro o de la inspiración?
R. Siempre digo esa frase tan manida de Picasso de “cuando venga la inspiración que me encuentre trabajando”. Supongo que la poesía es diferente, pero la escritura de novela sobre todo es mucho trabajo. Escribir una novela es como correr una maratón… muchos kilómetros. Son muchos meses y muchas horas hasta que al final ve la luz. Mucha gente se desanima porque al principio uno empieza estimulado por los personajes que ha creado o por la idea tan bonita que se le ha ocurrido, pero pasar de la página tres es muy complicado. Es un trabajo de mucha constancia.
“Me gusta la gente que es tan buena en su trabajo que no necesita demostrarlo”
P. Sobre todo porque su trabajo tiene una importante fuente documental…
R. Soy muy escrupuloso. De las tres novelas que he publicado, dos giran en torno a la Segunda Guerra Mundial. Una novela así tiene que ser verosímil, tiene que ser creíble, y para eso tienes que documentarte mucho, leer mucho, visitar lugares… tienes que entender cómo piensan los personajes que tú estás creando. En la novela sólo se ve la punta del iceberg, pero lo que está debajo es muy importante.
P. En líneas generales… ¿cómo definiría usted mismo su obra?
R. Hay unos elementos comunes en mi obra que son la traición, el sacrificio, la amistad y la responsabilidad. La mayoría de mis personajes principales no se han portado muy bien en el pasado y la vida les brinda una segunda oportunidad para redimirse. Creo que eso de la traición viene -porque me lo han dicho muchas veces – como eje central del espionaje, pero yo no creo que mis novelas sean de espías. Para mí lo importante de las novelas son los sentimientos, los personajes. Lo que pasa es que el espionaje me viene muy bien para desarrollar diversos aspectos. Hay a quien le recuerda esto un poco a las novelas de John le Carré o Graham Greene. Este último es uno de mis autores favoritos y como era uno de los que leía mucho cuando era muy jovencito puede que el tema de la traición me venga por ahí, ya que es algo que a él le obsesionaba mucho.
P. ¿Podría hablarme de su próximo proyecto?
R. Tengo varias recopilaciones de cuentos que me gustaría publicar y creo que será lo próximo que publique, pero no lo se. También tengo una novela corta que terminé el año pasado y, además, estoy ahora mismo en la recta final de una novela en la que vuelvo otra vez a la Segunda Guerra Mundial. Supongo que la tendré terminada en un mes y medio aproximadamente. Una de las cosas que he aprendido con el tiempo es a seguir trabajando independientemente de saber si vas a publicar o no…ya vendrá la oportunidad.
P. Ha mencionado a John Le Carré y a Graham Greene… ¿los considera referentes en su trabajo?
R. Las novelas que tienen que ver con el espionaje son referentes. Y estos autores, sobre todo, porque se les está considerando con el tiempo grandes autores de novelas del siglo XX. Eso me parece estupendo sobre todo porque son escritores que exploran el alma humana, que es lo que a mí me interesa.
P. Tras publicar la primera novela… ¿nota que el público es más benevolente o más exigente?
R. Creo que siempre es más exigente. A veces me preguntan si, después de haber publicado y haber tenido cierto éxito, se relaja uno más. Creo que no. El que piense que va sobrado… va por mal camino y tiene todas las posibilidades de estrellarse. Lo que sí es que la responsabilidad es mucho mayor, pero hay que intentar no perder la frescura. Por ello lo que decía antes de intentar no pensar en los lectores. Hay que seguir siendo uno mismo y hacer lo que te apetezca. Una de las cosas que tuve muy claras cuando me metí en este mundo es que iba a escribir como me diera la gana y lo que yo quisiera. Cuando publiqué mi primera novela, La Clave Pinner, mis editores querían que la siguiente tuviera las mismas características. Sin embargo, escribí El Síndrome de Mowgli, que no tiene nada que ver. Gracias a eso, aunque tardó algo más en publicarse, ganó premios y tiene éxito. Cuando escribes un libro ocurre algo maravilloso, y es que el libro deja de pertenecerte. Cada lector empieza a verlo de una manera distinta y empieza a ver cosas que tú ni siquiera habías querido poner en la novela. Eso es bonito y tienes que dejar que suceda, pero el libro lo tienes que escribir tú sin dejarte condicionar por eso.
“Para escribir hay que tener una paciencia refractaria al desánimo”
P. ¿Alguna vez ha coincidido con algún desconocido que estaba leyendo su libro?

R. (Se ríe) Sí, me ha ocurrido una vez.
P. ¿Qué sensación tuvo?

R. Es un placer, pero procuro no decir nada porque soy muy respetuoso con los lectores. El autor tiene que desaparecer, hasta cierto punto, detrás de las historias. Prefiero que sean ellos los que se acerquen a mí por una cuestión de respeto. Es curioso (sonríe), porque hace poco me contó una persona conocida que vio a alguien leyendo mi libro en París. Era un ejemplar de El Factor Einstein y la verdad es que me hizo mucha ilusión.
P. Dígame una frase muy suya.
R. Hay una frase que no es mía, es de Winston Churchill, pero la aplico cada vez que tengo ocasión o cada vez que me flaquea el ánimo: nunca, nunca, nunca abandones. Además se puede aplicar a todo. Si no hubiera dejado tirados a los españoles durante la II República, Churchill hubiera sido uno de los hombres a los que más admiración tendría porque era muy inteligente y luchador.
P. Le da mucha importancia a los sentimientos dentro de sus novelas, pero en la vida real… ¿cree se puede vivir sin amor?
R. No. De hecho creo que nadie vive sin amor de una manera u otra. Otra cosa es que lo confiese.
P. Dígame una palabra cuyo significado deteste
R. Hay varias. La envidia, la mentira, la prepotencia, la soberbia… Me molestan mucho los malos modales… ¡lo odio! Cualquiera que me lea y, sobre todo, que siga mis artículos en los medios se dará cuenta de que esas palabras no me gustan.
P. ¿Y una palabra por la que sienta un respeto absoluto?
R. Más que por una palabra, siento un absoluto respeto por la gente que se esfuerza en hacer bien su trabajo. Y sobre todo me gusta la gente que es tan buena en su trabajo que no necesita demostrarlo.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Blog de José Luis Muñoz

EL SÍNDROME DE MOWGLI fue galardonada el año pasado con el prestigioso premio Luis Berenguer y es una novela negra, de ello no hay la más leve duda ─ por sus ambientes, por sus personajes, por la estética del perdedor que recorre todas sus páginas ─, maravillosamente bien trabajada, más atenta al apunte psicológico de los personajes, tanto principales como secundarios, que a la trama novelesca en sí misma.
Rafael Montalbán ─ ¿quizá un guiño novelístico de su autor a uno de nuestros padrinos de la novela negra criminal que es un referente obligado para todo aquel que cultive el género? ─ es un ex púgil que dejó su carrera cuando estaba a un paso del triunfo y trabaja como matón a sueldo, una versión de cobrador del frac con puños de acero, se enamora de una mujer que no le conviene y esa relación le lleva progresivamente a la ruina. En su camino, jalonado de traiciones, debe enfrentarse a Luis, un peligroso mafioso con el que tiene cuentas pendientes, al que pretenden desbalijar.
La novela de Pérez Domínguez, fluida y amena, retrata con precisión a los personajes que deambulan por ella y recrea con maestría la sordidez de los ambientes por los que se mueven. Soy de la opinión de que el eje fundamental sobre el que debe bascular una buena novela negra, lo que la hace realmente acreedora de esa etiqueta, no es la trama policial en sí sino la atmósfera que se recrea y la caracterización de los personajes, y en ambas tareas el autor de EL SINDROME DE MOWGLI saca una nota muy alta.
Buena literatura para todos los que amen un género que empieza, por fin, a ser reconocido en nuestro país.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Esta reseña puede leerse también en la dirección

miércoles, 3 de diciembre de 2008

escritoresvascos.com

Andrés Pérez Domínguez y El síndrome de Mowgli

Escrito por Alex Oviedo
Martes 02 de Diciembre de 2008 17:54

La última novela de Andrés Pérez Domínguez se titula El síndrome de Mowgli (Algaida) y tiene algo de verídica. Al menos en cuanto a su arranque se refiere. En el verano de 2003, el escritor sevillano hizo un programa en Onda Cero en el que se entrevistaba al autor de una novela como si él fuera su propio personaje. En aquella ocasión era David Torres, que había quedado finalista del Nadal con El gran silencio, y cuyo protagonista es un boxeador que se dedica a dar palizas por encargo... "Entonces una mujer me mandó una carta, escrita a mano y con muchas faltas de ortografía, en la que me pedía el teléfono del protagonista de aquella novela porque quería contratarlo para darles una paliza a unos vecinos que le estaban haciendo la vida imposible".
Semejante material le pareció a Andrés Pérez Domínguez de una fuerza tan grande que decidió incluirlo en una historia que ya había comenzado y cuyo protagonista era también un boxeador. Un productor radiofónico llama a Rafael Montalbán para que cuente su vida por la radio bajo un nombre falso. Y gracias a esto se pone en contacto con él una mujer que reconoce su voz y de la que estuvo enamorado veinte años atrás. A partir de ahí, viaja hasta Cádiz a buscarla para fugarse con ella a Lisboa. "Y mientras el pasado no deja de perseguirles", apunta el autor, que con El síndrome de Mowgli obtuvo el último premio Luis Berenguer.

¿Qué es el síndrome de Mowgli?
Leí El libro de la selva con once años y me quedó un regusto amargo. Mowgli me daba mucha pena. Creo que Disney ha hecho películas muy buenas para niños, pero ha edulcorado gran parte de las historias, desvirtuando muchas veces su sentido. En la novela de Kipling, Mowgli es un cachorro de hombre que vive con los lobos; pero llega un momento que es demasiado inteligente para vivir con ellos, por lo que lo echan de la manada y se va a vivir con los humanos. Pero allí lo consideran demasiado salvaje, por lo que debe volver a la selva. En mi novela, Rafael Montalbán, aunque es un tipo al que contratan para dar palizas, tiene buen corazón. No está a gusto en el mundo en que vive, pero sabe que con su aspecto no encaja en ningún sitio. El síndrome de Mowgli no es más que la falta de pertenencia, aquello que te hace que no acabes de encajar en ningún sitio. Algo que en mayor o menor medida hemos padecido todos en algún momento de nuestras vidas.

¿Por qué te interesaba el mundo del boxeo?
Porque es muy literario, y porque es una metáfora de la propia vida. Muchas veces te tienes que levantar aunque te hayan tumbado. Y esa atmósfera marginal que desprende. Pero es gente que está ahí, tipos que tienen un respeto enorme por el adversario, mucho más de lo que se podría pensar. Dentro de las doce cuerdas del cuadrilátero la vida es mucho más sencilla, hay una serie de reglas inquebrantables... Pero no es una novela de boxeo, eso hay que dejarlo claro.

¿Una historia de amor por encima de todo lo demás?
Creo que sí. Me he dado cuenta en mis últimas tres novelas que manejo una serie de elementos comunes. Uno de ellos es el de escribir sobre personajes que se sienten culpables por haber traicionado en el pasado y que quieren redimirse en el presente. Y por otro lado el amor. Para mí son sobre todo novelas de sentimientos.

Al principio de la novela se ve a un protagonista acabado. ¿Pretendías redimirle precisamente a través de lo que nos contase?
Está planteada como un combate de boxeo que se inicia en el último asalto, pero que se va contando hacia atrás. Me gusta mucho el recurso del flashback.
Has recibido por la novela no sólo un premio sino también críticas muy buenas...
Sí, aunque lo importante de todo esto es intentar no darle importancia. Un premio no es más que una serie de personas que se reúnen y deciden que tu novela les gusta más que otras. Eso no hace ni mejor ni peor una obra, pero es cierto que te da una mayor promoción porque hoy en día encontrar un hueco en la mesa de novedades está cada vez más caro. Hay escritores que dicen que lo que quieren es que les lean y que les dan igual las críticas. Yo creo que ambas cosas han de ser compatibles. Es posible hacer novelas entretenidas que gusten a los críticos.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El Correo de Andalucía

Julio Manuel de la Rosa y Andrés Pérez Domínguez
«La vida puede ser más sencilla en el ring»

Después de cosechar un notable éxito de crítica y público con anteriores novelas como La clave Pinner y El factor Einstein, Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) vuelve a los anaqueles de novedades con El síndrome de Mowgli (Algaida), una nueva obra con el boxeo como algo más que un sugestivo telón de fondo, en la que da un notable giro respecto a su producción anterior.Rafael Montalbán, el protagonista de esta historia, se gana la vida de matón a las puertas de un club de alterne, como guardaespaldas ocasional y cobrador de deudas. No obstante, hace veinte años era una promesa del boxeo, hasta que tomó caminos erráticos en el amor y en la amistad que le arrastraron al desastre. Un suceso inesperado, cuando se decide a cambiar de vida, será el punto de partida para iniciar un viaje del que regresará convertido en otra persona.
Así es, a grandes rasgos, El síndrome de Mowgli, una novela que toma su título del personaje central de El libro de la selva, como explica el propio Pérez Domínguez: “Cuando crece, es demasiado inteligente para seguir viviendo con los lobos entre los que se ha criado, pero también es incapaz de integrarse en la aldea, con los seres humanos. Ése es también el drama de Rafael Montalbán”.
Todo empezó para Andrés Pérez Domínguez en verano de 2003, cuando en el espacio radiofónico de Onda Cero en el que participa decidió entrevistar a varios autores como si fueran los personajes de sus libros. Uno de los invitados fue David Torres, premio Nadal con El gran silencio, una novela también sobre el boxeo. “Poco después me llegó una carta de una señora, pidiéndome el teléfono de ese señor –que ella creía real– para contratarlo como matón. Quedé muy impresionado y decidí que ahí podía estar el inicio de una historia”, recuerda Pérez Domínguez. Lo seguro es que El síndrome de Mowgli tiene los habituales ingredientes de la narrativa del sevillano para enganchar a los lectores. “Sobre todo, intento que la novela tenga como primera función entretener. Lo que no puedo es contar durante 300 páginas lo que el protagonista siente cuando se rasca la nariz. Y prefiero que sea el lector quien saque las conclusiones morales”. “Hay mucha literatura en el boxeo”, comenta por otra parte Andrés Pérez Domínguez, y coincide con su colega Julio Manuel de la Rosa al señalar que “es toda una metáfora de la vida, empezando por la idea de que tienes que levantarte aunque te hayan tumbado”.
Aunque nunca se ha puesto guantes para boxear, el escritor sevillano lleva muchos años practicando kárate, y sabe los prejuicios que rodean a todos los deportes de contacto. “Desde fuera, los deportes de lucha pueden parecer a muchos una salvajada, y a veces llegan a serlo. Pero, por regla general, yo sólo he visto un grandísimo respeto por el adversario”, dice.Además, no olvida el sentido que el boxeo da a menudo a quienes lo practican. “Para mi protagonista, la vida puede ser mucho más sencilla entre las doce cuerdas del ring que fuera de ellas. Allí no hay golpes bajos y se puede arrojar la toalla cuando uno no quiere continuar”, afirma el autor de El síndrome de Mowgli.
Alejandro Luque

jueves, 13 de noviembre de 2008

Fondo de catálogo

Andrés Pérez Domínguez: una buena novela debe dejar un poso después de leerla
Tras irrumpir en el mercado literario nacional con dos novelas ambientadas en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, el sevillano Andrés Pérez Domínguez acaba de ver publicada la obra con la que se erigió vencedor de la edición 2007 del Premio Luis Berenguer de novela. El Síndrome de Mowgli (Algaida '08) es su título y encuentra su acción en la España actual, en la que un ex boxeador metido a matón, verá como su vida da un giro con la reaparición de un viejo amor, que le llevará tomar una serie de decisiones que pueden acabar con su vida. Una novela de ambiente negro, pero con la pasión y la redención como principales motores de su historia.(Fotos: Susana Alfonso)

El Síndrome de Mowgli me ha parecido, por su estructura, una especie de juego en el que proporciona al principio las mínimas pistas para que el lector, junto al protagonista, no conozca la imagen completa hasta el final.
Sí. Al principio del libro, en el prólogo, pretendo establecer las reglas del juego, que el primer capítulo sea una especie de obertura anunciando lo que va a pasar. De hecho, presento el final. Y a partir de ahí sí voy proporcionando el resto de piezas del puzzle, aunque también me gusta dejar espacios en blanco, porque, haciendo un símil con la pintura, dejar espacios en blanco es también un modo de pintar. A veces no contar es la mejor manera de contar algo.
Un libro es todo, y éste, desde la portada, tiene pinta de novela negra. No obstante, a mí me ha dado la impresión de que no lo es, sino que cuenta una historia ambientada en un clima que sí podríamos calificar de “negro”.
Yo la verdad es que no creo mucho en la clasificación por géneros. Es algo que obedece al mercado, que tiene que catalogar de alguna manera todo. Antes de que esta novela se publicara, ya salieron dos mías, La Clave Pinner y El factor Einstein, que están protagonizadas por espías y ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, pero para mí no eran novelas de espías. Para mí lo importante son los sentimientos de los personajes.
¿Esta novela se puede calificar como novela negra?
Por mí no hay problema en cuanto que el protagonista es un ex boxeador, hay mujeres fatales, persecuciones, el submundo del hampa… Pero es sobre todo una novela de sentimientos. Y al igual que las anteriores, tiene unas características que son comunes con ellas: la redención, la traición Debe ser un reto crear esa ambientación. Yo me documento mucho para las novelas. En ellas sólo se ve la punta del iceberg, pero todo lo que hay debajo es muy importante. En ésta, como el protagonista es ex boxeador, he tenido que documentarme mucho, ver muchos combates, leer muchas biografías, conocer las reglas del boxeo, para saber cómo puede pensar un personaje. Porque lo bueno es que las metáforas en las novelas tengan que ver con el tema que estás tratando. Y como el que narra es el boxeador esto era muy importante. Pero es algo que he hecho también en mis otras obras, porque me gusta mucho documentarme y enterarme de las cosas, pero también porque creo que es algo que después el lector agradece.
La historia la narra el protagonista, que tiene ínfulas de escritor. Eso no es casual.
No, eso justifica que sea capaz de narra la historia en forma de novela. Ésta está escrita con un lenguaje sencillo, lo cuál tampoco es fácil porque requiere un proceso de depuración, pero sí que necesitaba que el personaje tuviera cierto interés literario para que resultara creíble que se expresara bien. Por otro lado, para que el personaje pueda resultar atractivo al lector, además de ser un matón, es un tipo de buen corazón y tiene ese gusto por la cultura.
Como comentó antes, El Síndrome de Mowgli es su segunda novela, pero salió publicada antes la tercera. ¿A qué se debe ese retraso?
El motivo de esto es que Roca Editorial, el sello que publicó La Clave Pinner, quería que la segunda tuviera un estilo similar a ésa, pero yo no quería que fuera así. De modo que escribí ésta, la dejé aparcada, y posteriormente me puse de nuevo a escribir una trama con un trasfondo de espionaje que acabó siendo El Factor Einstein. Y cuando finalmente El Síndrome de Mowgli ganó el premio Luis Berenguer el año pasado, ya tenía en marcha la edición de El Factor Einstein por lo que ésta acabó saliendo la última.
Pero con un premio literario. ¿Ha notado que esto haya insuflado una vida comercial distinta a esta novela?
Los premios no son más que reuniones de gente que deciden que tu novela les gusta más que el resto. La novela no es mejor ni peor por ganar un premio, pero sin duda ganarlo supone una mayor promoción para ella. En el mundo literario es muy difícil llegar a las estanterías de las librerías y de mantenerse ya no te digo nada, por lo que un premio siempre ayuda. Además, éste es uno de los premios literarios más importantes de Andalucía y estoy muy orgulloso de haberlo obtenido.
Viendo su ritmo de trabajo, imaginamos que estará ya trabajando en su próxima obra.
Así es. La verdad es que nunca paro de trabajar. He tenido la suerte de ganar certámenes de narrativa breve y tengo bastante material en este sentido para ir publicando, aunque sea más difícil hacerlo dignamente. Por eso se va acumulando un poco el material, pero espero que algo salga en breve. A mí se me han juntado dos novelas en un año, pero fueron escritas con bastante tiempo entre ellas. Yo personalmente desconfío de quien pueda escribir dos novelas en un solo año. Creo que es imposible si se desea que el libro tenga calidad.Y más en un país como éste en el que es tan complicado vivir de la escritura.Es muy difícil. Yo siempre digo que intento vivir de literatura y alrededores (risas). Yo he llegado a los medios de comunicación gracias a los libros que he publicado, los premios que he ganado, etc. Pero vivir de la literatura, vivir bien de ella en este país, sólo lo hace un número escritores que puedo contar con los dedos de una mano. Y me sobran varios (risas). Los demás vamos intentando trampear como podemos. De todos modos no creo que sea conveniente escribir demasiados libros. A mí, cuando me gusta un autor en particular, me gusta esperar ansiosamente su próxima novela.
Y sus seguidores, ¿en qué ámbito verán ambientada su próxima entrega?
Pues tal como se han ido publicando las anteriores, no me atrevería a decirte cuál será la próxima que vea la luz. Estoy escribiendo una novela de la que voy ya por el segundo borrador, que tendrá como marco la posguerra de la Segunda Guerra Mundial y en la que voy a homenajear a los españoles de Mauthausen; pero también tengo por ahí una novela corta que escribí el año pasado y algunos libros de relatos, de modo que no te puedo asegurar qué será lo primero.
De nuevo la guerra. ¿A qué se debe esa fijación?
Quizás a que la guerra y lo que se mueve a su alrededor, al igual que el boxeo, es un terreno muy novelesco, que exacerba las pasiones. Y eso para mí es muy importante, porque mis libros hablan sobre todo de la pasión de los personajes. Ponerlos en situaciones límite me resulta muy importante para el tipo de novelas que quiero hacer, que aunque están ambientadas en conflictos bélicos, no son novelas de tiros o de acción. En este sentido John Le Carré o Graham Greene serían mis principales referentes y es un placer que se les reconozca ya como autores de calidad, independientemente de ser autores de novelas de intriga. Que por cierto, no deja de ser fantástico, porque hace las novelas entretenidas.
Qué lástima que deba pasar el tiempo para que se reconozca la valía de autores que fueron despreciados por el mero hecho de entretener.
Hay muchos prejuicios y, aunque digan que no, en España los sigue habiendo. Uno parece que tiene que disculparse cuando hace una novela entretenida porque parece que no debería ser así. Yo lo que no puedo contar durante trescientas y pico páginas que siente el protagonista cuando se ve la nariz rota en el espejo, porque eso sería insoportable, al menos para mí como lector.Hay quien lo hace.Muchos, y sus libros aparecen con muchas estrellitas en las críticas de los suplementos literarios. Eso me parece muy respetable, pero no es lo único. Para mí una novela ha de ser entretenida y, si puede ser, tener un valor añadido. Ha de tener un valor moral, otra serie de cosas que al lector le puedan ayudar, debe dejar un poso después de leerla. Yo siempre lo intento y espero sinceramente haberlo conseguido.
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martes, 11 de noviembre de 2008

El Libro Andaluz

Es esta una novela en gris marengo. No puede llamarse negra porque hasta la página 193 no aparecen los golpes, nunca gratuitos ni excesivos a lo largo de la obra. El libro de Andrés Pérez Domínguez tiene sin embargo un tono nocturno, de alcohol y violencia contenida donde quien gana en realidad –y eso no llegamos a saberlo– es un perdedor que se nos hace inmensamente simpático desde el principio.
Pero hay varios detalles más que anotar en la vida de este superwelter que incluso en edad y hechuras no anda muy lejos del aspecto físico del autor. Uno que, sin saberlo o sí, se desmenuza en los personajes que pudo ser, como hizo Pessoa, y en este caso en el tipo canalla y dulce de un boxeador fracasado que mantiene un corazón más puro de lo que él mismo imagina, y con el que el lector intima enseguida. La belleza de la derrota bien ganada a pulso.
Formalmente, la novela tiene una consistencia sin costuras. Pérez Domínguez es narrador de un tirón, como hay que serlo, sin forzar el verbo ni rebañar en el diccionario. Una prosa apropiada, de periodos largos, contenida y explícita que dosifica, a veces de manera verdaderamente magistral, los acontecimientos apuntados al lector y que hace que el lector incluso se salte líneas para llegar al desenlace de algunos de los episodios.
El hilo y excusas de la narración en primera persona son lo suficientemente tensos y eficaces para que uno se interese, no ya por lo que va a suceder, que no es poco, sino por cómo va a analizarlo el propio protagonista, que es bastante. Hay durante toda la novela una especie de diálogo con el lector que éste evidentemente no va a materializar sino de la única forma que puede, y es seguir leyendo. Muy buena la ironía, los incisos, los reiterados tirar la toalla en múltiples momentos de la aventura del protagonista, lo que siendo del oficio de los puños tiene doble sentido, pero a la larga ahonda en la referida simpatía que vamos tomándole a un personaje más noble de lo que él imagina, y de eso se encarga de convencernos el autor con artes literariamente apropiadas.
Está claro que los lectores acaban sabiendo más de un texto que el autor mismo. Bastante ha hecho este con escribirlo. En este caso, no sé si Pérez Domínguez sabe que ha fabricado un bello trasunto actual del Quijote, el más maravilloso perdedor de nuestras letras.
FRANCIS CO NÚÑEZ ROLDÁN

domingo, 9 de noviembre de 2008

Deia



"Los personajes son más interesantes si tienen muchas aristas y puntos oscuros"
Rafael Montalbán es un ex boxeador que ejerce de matón y de portero de club de alterne. Paradójicamente es un tipo de buen corazón. Por eso no encuentra su sitio en el mundo. Rafael es el protagonista de 'El síndrome de Mowgli', la última novela de Andrés Pérez-Domínguez
L. Gondra bilbao.
¡Cuánto síndrome de Mowgli hay en este mundo!
Muchos lectores me comentan que se están sintiendo identificados con esta metáfora que es la que ha dado origen a la novela. El síndrome de Mowgli no es más que la falta de pertenencia, es la pieza de un puzzle que no acaba de encajar. Gente que está buscando lugar en el mundo y no acaba de encontrarlo. Viene por El Libro de La selva. El protagonista de mi novela dice: "Yo soy un matón pero soy un tipo de buen corazón y no encajo en ningún sitio del mundo". ¿Quién no se ha sentido alguna vez como Mowgli?
¿Cómo ha sido el proceso de trazar un protagonista tan complejo?
Hay dos cosas que yo trabajo mucho. Por una parte está la estructura, para que la historia vaya adelante, hacia atrás, con muchos flash-back, y que esté escrita de un manera interesante para el lector. Por otra parte, trabajo mucho la creación de todos los personajes. Siempre digo que los personajes deben ser un reflejo de las personas reales y las personas no somos planas. Somos poliédricas y somos de una manera diferente dependiendo de la situación en la que nos encontremos. Por eso, los personajes, cuantas más aristas y puntos oscuros tengan más interesantes son. Este personaje es un matón que se dedica a dar palizas por encargo, pero también es un tipo de buen corazón y creo que eso es lo que le hace atractivo de cara al lector.
¿Es capaz de crear estos personajes sin dejar un trozo de usted en ellos?
Hay una frase de Mario Vargas Llosa que me gusta mucho que dice que un autor en su obra es un poco como Dios en el mundo: estar en todas partes y no ser visible en ningún sitio. Todos los personajes tienen algo de ti porque los has creado tú, pero el autor tiene también que desaparecer detrás de los personajes. La literatura tiene que traspasar lo personal.
¿Es novela negra o introspectiva?
No son incompatibles. Yo no creo en la clasificación por géneros. Yo creo en la literatura y cualquier genero literario es válido mientras se mantenga la dignidad literaria, mientras esté bien escrito y mantenga un mínimo nivel de calidad. A mí me interesan los sentimientos que mueven a los personajes, las pasiones que les gobiernan. Montalbán expía sus culpas delante de un micrófono en un programa radio.
Usted trabaja en ese medio.
Soy colaborador de varios programas de radio y he querido homenajear a este medio. Hay una anécdota de la que parte la novela. En el año 2003 hice un programa en la radio en el que entrevistaba a escritores, pero como si yo fuera los personajes de su novela. Luego se explicaba a los oyentes que era yo. Entrevisté a David Torres, que había quedado finalista del Nadal con El gran silencio, cuyo protagonista era un ex boxeador que daba palizas por encargo. Días después me llegó la carta de una mujer de Barcelona, escrita a mano con muchas faltas de ortografía, en la que me pedía que le dejara el teléfono del ex boxeador, el personaje, porque quería contratarlo para darles una paliza a sus vecinos que le hacían la vida imposible. Es muy duro. La realidad supera a la ficción.

domingo, 26 de octubre de 2008

El Tintero


Diagnóstico: El síndrome de Mowgli, de Andrés Pérez Domínguez
Yolanda Barambio Checa
El Síndrome de Mowgli (Algaida), una novela negra al margen de los estereotipos nos hace vivir y sufrir la vida de Rafael Montalbán, llevados por un verbo fácil y cuidado, enganchados por un personaje que siempre llega a las últimas consecuencias de su vida, que asume sus errores. Montalbán quiere volver a empezar, no para enmendar lo que pasó, sino para comenzar una nueva vida alejada de frustraciones pasadas, para ello, el inicio de su nuevo viaje se encuentra en la ciudad donde se perdió definitivamente, Lisboa. Andrés Pérez Domínguez nos hace encontrar el refugio de una buena historia llena de personajes verdaderos, con una trama que sorprende por profunda y redonda. El Síndrome de Mowgli hace que dejemos de tenerlo porque será complicado no identificarse en ninguno de sus pasajes. Todos encontramos nuestro lugar junto a Montalbán que no piensa dejar de buscarlo.
¿Rafael Montalbán es un héroe, un perdedor o un romántico?
No es un héroe al uso, desde luego. En realidad, yo diría que es un poco quijotesco. Él ha emprendido un viaje a Lisboa con el amor de su vida, y es consciente de que puede que sea absurdo, pero a pesar de ello quiere llegar al final, aunque el pasado no deje de perseguirlos, aunque quizá no tenga sentido esa huida. Me pregunta mucha gente si no será un antihéroe, y no estoy de acuerdo. Un antihéroe es otra cosa. La definición que más me gusta, y la que creo que mejor le viene a Rafael Montalbán, es la que suele hacer Arturo Pérez-Reverte de sus personajes: dice que son héroes cansados. Yo creo que Montalbán es un héroe cansado, un tipo que ya tiene el colmillo demasiado retorcido como creer en los héroes, pero que, a pesar de todo, y por las circunstancias en las que se va a ver envuelto, no le queda más remedio que ser un héroe, tal vez a su pesar.
También es un perdedor, pero quiero matizar que es un perdedor con dignidad, que son los que a mí me interesan. Un tipo que a pesar de la derrota y la vida fracasada jamás se rinde, que sigue luchando. Supongo que eso le viene por haber sido boxeador: Montalbán está acostumbrado a no rendirse, y, sobre todo, tiene claro que hasta que no se llega al último asalto la pelea no ha terminado. Ni en el cuadrilátero ni en la vida.
Es un romántico, claro. Si no, no seguiría perdidamente enamorado de una mujer que lo traicionó dieciocho años atrás.
No estamos acostumbrados a este tipo de personajes en la novela negra, todos son atípicos, ¿Lo has hecho a propósito?
Sí. A mí me gusta huir de los tópicos, del encasillamiento. Yo quería que Rafael Montalbán fuera sobre todo un tipo con buen corazón, a pesar de dedicarse a dar palizas por encargo, cobrar deudas a morosos, ser espantador de amantes por cuenta de maridos cornudos o portero de club de alterne. Tampoco me gusta mucho la clasificación por géneros. Yo no creo mucho en los géneros. Creo en la Literatura. Simplemente. Mis dos novelas anteriores, La clave Pinner y El factor Einstein, tenían unos personajes que estaban relacionados con el mundo del espionaje y la Segunda Guerra Mundial, pero para mí no son novelas de espías, sino novelas que hablan sobre todo de sentimientos, que es lo que a mí me interesa, por encima de todo, en las historias que escribo. Con El síndrome de Mowgli ocurre lo mismo. Es la historia de un hombre que busca la manera de redimirse de un pasado en el que no se ha portado todo lo bien que tenía que haberlo hecho. Por alguna razón, esto es un denominador común en toda mi obra: la traición y la forma en que los personajes buscan redimirse de ella.
Nos pasamos toda la novela pensando que traicionó a su admirado jefe pero luego descubrimos que no fue para tanto y que además dejó el boxeo no porque perdiera combates, sino porque uno de ellos lo ganó en exceso; es demasiado bueno incluso para retener a la persona que ama, ¿cómo se explica esta psicología?¿En el fondo cómo es el protagonista?
No fue para tanto pero para él sí que lo fue. Rafael Montalbán es un hombre de principios, y un hombre de principios nunca podrá estar tranquilo mientras no haya arreglado las cuentas de sus errores. Y es que es, sobre todo, una buena persona. Lo que ocurre es que en la vida uno no siempre hace lo que quiere, sino lo que puede. Él es un cazador solitario, pero sobre todo es como Mowgli. Yo recuerdo que, cuando leí El libro de la selva, de Rudyard Kipling, tenía once años, y la sensación que me quedó fue de mucha pena de Mowgli. Nada que ver con la película de Disney. A Mowgli lo crían los lobos hasta que crece y empiezan a desconfiar de él porque es demasiado inteligente, porque es un hombre, y lo echan de la manada. Luego se va a vivir a la aldea con los hombres y éstos lo consideran demasiado salvaje para estar con ellos, con lo que lo único que le queda es irse a vivir solo a la selva, convertirse en un cazador solitario. Rafael Montalbán, el protagonista de la novela, reflexiona y llega a la conclusión de que a él le ocurre lo mismo que a Mowgli. Es un matón a sueldo pero no se siente a gusto en ese mundo, pero también sabe que ya es demasiado tarde para poder encajar en otro. El síndrome de Mowgli es una metáfora con la que, por lo que me cuentan los lectores, se está identificando mucha gente. No es más que la falta de pertenencia, lo que le sucede a quienes no acaban de encontrar su lugar en el mundo, como una pieza de puzle que nunca termina de encajar. De algún modo u otro, parece que mucha gente se ha sentido en algún momento como Mowgli.
¿Por qué Lisboa?
Lisboa es una ciudad que, con esas fachadas gastadas por la sal del Atlántico, esas cuestas empedradas o la música de los fados me venía muy bien para esa atmósfera melancólica que yo quería que tuviese la historia. Es una ciudad a la que Montalbán tenía que haber ido con Lola dieciocho años atrás pero no pudo ser, y él ahora quiere al menos llegar hasta allí con ella. Podría haber elegido cualquier otra ciudad, y, de hecho, he procurado que no sea la Lisboa turística. Por eso Montalbán en ningún momento hace referencia al nombre de ningún monumento o ninguna calle o plaza, aunque el lector que haya estado en Lisboa seguro que los reconocerá. De algún modo, ir a Portugal significa para los personajes de El síndrome de Mowgli lo mismo que significaba para los forajidos de las películas del Oeste cruzar el Río Grande hacia México. Es pasar al otro lado de una frontera y tener una sensación mayor de libertad, tal vez falsa, pero reconfortante para quienes, como Rafael Montalbán y Lola, están huyendo de su pasado, que no va a dejar de perseguirlos hasta el final.
El libro está escrito en primera persona, ¿Significa que, por fin, Montalbán se ha dedicado a escribir y ha empezado por su vida?
No, no tiene por qué. Pero también es posible que sí, porque habrá tantas interpretaciones posibles como lectores tenga la novela. Y esa es una de las cosas más fascinantes de la Literatura, que una vez que los libros pasan a los lectores empiezan a ser leídos e interpretados de múltiples maneras, muchas veces sorprendentes para el autor. En cualquier caso, la novela está escrita en primera persona porque me permitía un mayor acercamiento al personaje principal, a su voz o a su forma de pensar o de ver la vida, y porque la primera persona, aunque te limita la perspectiva a un sólo personaje, también te permite, creo, muchas licencias.
Es un final abierto, ¿tendrá una segunda parte?
No es ésa la razón, aunque me lo preguntan constantemente. A mí es que me gustan mucho los finales abiertos. Como lector no me gusta que me lo den todo hecho, sino que me den que pensar. Yo prefiero que el lector pueda completar él mismo la historia, o que cuando haya pasado un tiempo después de haber leído la novela caiga en la cuenta de ciertos detalles. Considero que los lectores son muy inteligentes y, como tales, no me parece bien quitarles la posibilidad de que ellos sean los que saquen sus propias conclusiones.
No sé si escribiré una segunda parte o si sacaré algunos de los personajes de El síndrome de Mowgli en una futura novela. Puede que sí y puede que no. Después de haber publicado La clave Pinner, que también tiene un final muy abierto, me quedó la sensación de que lo que se esperaba de mí era otra novela en la que el espionaje fuese la columna vertebral, y escribí El síndrome de Mowgli. Por una serie de circunstancias, en aquel momento no pudo publicarse, pero al final me alegro porque ha terminado ganando el premio Luis Berenguer, uno de los más prestigiosos de Andalucía. Pero mientras tanto escribí El factor Einstein que acabó publicándose antes que El síndrome de Mowgli. Quiero decirte con esto que nunca se sabe qué va a pasar en el futuro. Aunque es curioso que con las tres novelas me han formulado la misma pregunta: ¿escribirás una segunda parte? Puede que sea por esa costumbre que tengo dejar abierto el final, aunque espero que también sea porque los lectores se han quedado con ganas de seguir leyendo la historia que les he contado.
¿Cuántos homenajes tiene El síndrome de Mowgli?
Muchos, muchos. El primero, es obvio: El libro de la selva, de Kipling. Pero sobre eso ya te he hablado. Luego están los tebeos (a mí me sigue gustando más la palabra tebeo que cómic) que leí de niño: El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, El Jabato... El Guerrero del Antifaz, sobre todo, también era un poco como Mowgli: no puede vivir ni con los musulmanes ni con los cristianos porque no acaba de encajar en ningún mundo y no le queda más remedio que colocarse un antifaz y ser un guerrero solitario. Luego está El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina, y muchas películas, muchos libros y muchos recuerdos que llevo guardados en mi memoria.

jueves, 23 de octubre de 2008

Unión web


Una inquietante aventura



Union-Web/Valencia
El personaje de la novela de Kipling, Mowgli, en el Libro de la Selva, es un ser aprisionado entre dos mundos a ninguno de los cuales termina de pertenecer. Esa es la encrucijada del protagonista de la obra de Andrés Pérez Domínguez.
Un boxeador que no llegó a ser el campeón que ansiaba y que por el sumidero de su fracaso deportivo parece que se le escapa el resto de su vida. Ya no es un deportista disciplinado e iluso, pero tampoco consigue ser un ciudadano con un trabajo normal, estable y mediocre. Parece que quienes se educaron en la persecución de la quimera no consiguen adaptarse al mundo real.
Los lectores se verán atrapados en los vericuetos de ilusiones, miedos y aventuras de este ex-boxeador, metido a guardaespaldas, portero de discoteca y hombre enamorado de una mujer fatal. En él, conviven el valor y la caballerosidad algo fatalista que acompañan a los héroes quijotescos de nuestra literatura.
Si existen otras dimensiones paralelas, Montalbán, que es como se llama el protagonista de esta novela, vive en una de ellas, aquí al lado, en esa realidad paralela a la que nos trasplantamos con la lectura. Primero es una mirada furtiva, después viene la sorpresa de encontrarnos a nosotros mismos en reflexiones que creíamos olvidadas, y al final terminamos viviendo el estrés, la tensión y la vida del otro como si fuese la nuestra.
Y es que todos hemos sido Mowgli alguna vez, todos vivimos entre dos mundos, el de nuestras ilusiones y nuestra vida, el peligro está en saber a lo que tienes que renunciar para quedarte en la vida real. Esta obra te invita a seguir andando, a mantener la tensión entre la vida y la ilusión sin renunciar a ninguna de ellas.
¿Por qué un boxeador? Le pregunto al autor:
-Escogí el boxeo de una manera deliberada. Es un deporte en el que has de levantarte muchas veces de la lona para seguir. Un lugar acotado por doce cuerdas, donde se vive con reglas y disciplina que te abandonan cuando te enfrentas a la vida de fuera del ring.

¿Eres consciente que ahondas en el mito de la mujer fatal?
-Soy un escritor hasta ahora de protagonistas masculinos. Escribo desde los sentimientos de mis protagonistas, por eso las mujeres ocupan personajes secundarios, que influyen en todo, que están presentes en toda la obra, pero que apenas intervienen en la acción. En este caso es el papel de mujer fatal, por supuesto, pero Montalbán no la culpa de sus penas, ella es simplemente así.
¿Existe realmente ese mundo de violencia, de guardaespaldas, de matones?
-Esto es una realidad con la que convivimos, en algún programa de radio hemos presentado como reales a algunos de estos personajes de ficción y muchos oyentes han reaccionado tratando de contratarlos.
¿Por qué haces que tu protagonista mantenga la honradez, la lealtad, el amor a la vida en un mundo tan difícil donde no va a tener ninguna recompensa por ello?
-Mis personajes mantienen todo un espíritu quijotesco, sino no los reconocería como míos. El hombre que yo vivo es un ser complejo que termina redimiéndose por mantener sus principios, por mucho que estos le resulten inadecuados o perjudiciales.
¿Por qué un final tan sorprendente?
-Sin desvelar el contenido de la novela, me gustan esos finales donde el lector puede crear su propio desenlace.

lunes, 20 de octubre de 2008

La biblioteca imaginaria

Dicen que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. No somos conscientes a veces de nuestros propios errores, de ahí que volvamos a cometerlos; pero en otras tantas ocasiones, sí que sabemos lo que hacemos, y aún así no volvemos a caer en los mismos fallos, como si una fuerza insalvable nos obligara a ello. Éste último caso es el de Rafael Montalbán, el protagonista de la novela El Síndrome de Mowgli, obra ganadora del XVII Premio de Novela Luís Berenguer.
Rafael Montalbán, el que fuera una promesa del boxeo en su juventud, tiene dos oscuros trabajos, y ninguno de los dos le hace precisamente feliz. Tras pasar media vida como portero de un club de alterne y matón a sueldo, el destino del ex boxeador dará un giro el día en que decide ir a contar sus vivencias, para expiar sus pecados, a un programa de radio. El presente y el pasado se mezclarán en un viaje sin retorno que irá de Madrid a Cádiz, para acabar en Lisboa.
Hay historias que deben ser contadas en primera persona. Ésta es una de ellas. Efectivamente, el autor se mete en el pellejo de este ex boxeador de mediana edad y nariz aplastada, misántropo declarado, lector de comics, el mismo que sueña con ser escritor, para contarnos el profundo desasosiego en el que está inmerso, sus anhelos más sinceros. Éste singular narrador-protagonista no tiene ya ninguna prisa, y por ello se toma su tiempo a la hora de relatarnos tanto lo que pasa fuera como dentro de su torturada cabeza, sin perder el más mínimo detalle por el camino. Pocos hombres pueden presumir, sin embargo, de tener una visión de la vida tan clara: para Montalbán, la existencia es un ring de boxeo en el que se lucha contra oponentes que a veces son más ágiles y fuertes, siempre intentando ofrecer los mejores golpes. En otras ocasiones, se descansa en el rincón y la mayoría de las veces se necesita de un buen entrenador que te aconseje qué hacer en el próximo asalto. Esta metáfora continua ameniza la lectura, la hace sin duda original. Los entendidos del deporte, sabrán apreciarla como es debido. Y los que no teníamos ni idea, algo aprenderemos.
La mente de Montalbán intenta estar en el presente, pero irremediablemente siempre acaba en el pasado, en un tiempo que debería haber quedado lejano, casi olvidado. Pero las cosas, cuando no se superan, están siempre delante de nuestros ojos, tan nítidas como si sucedieran en el mismo instante en el que nos ponemos a recordarlas. Y es que hay personas y lugares a los que no se puede evitar volver. Para Montalbán, Lisboa es el lugar y Lola, la persona.
Lola es el amor eterno, el color en la vida de Montalbán, la sensualidad materializada, la gaditana con gracia, la astucia…; pero también la traición, la ambición desmedida, la dulce mentira, la araña capturadora de hombres, la mujer de otro. Su poder sobre Montalbán es infinito, casi como si lo tuviera embrujado. Pero, ¿acaso pueden las mujeres de este tipo cambiar, dejar de ser como realmente son? ¿Es posible volver a confiar en alguien así?
Llegados a este punto, la pregunta es obligada: ¿qué es exactamente “El Síndrome de Mowgli”? El Síndrome de Mowgli no es sólo una especie de enfermedad innata que, según Montalbán, convierte a los que la padecen en seres tan antisociales como el niño que fuera criado en la selva por animales salvajes, en unos inadaptados sin remedio, condenados a la eterna soledad porque parece imposible encajar en ningún grupo; sino también la necesidad de afrontar el pasado para poder mirar hacia delante, de intentar enmendar esos errores que no dejan de torturarnos, de volver sobre nuestros pasos aún a sabiendas de que la historia puede repetirse para, en definitiva, reconciliarnos con las personas que fuimos y poder seguir creciendo como seres humano.
A veces cuesta aprender de los errores. No queremos dejarnos ayudar ni ayudarnos a nosotros mismos. Y es que hay fallos en la vida que es mejor no volver a cometer, pues sus consecuencias pueden ser terribles. Esto y mucho más aprenderemos si nos adentramos entre las páginas de El Síndrome de Mowgli.
Cristina Monteoliva
publicado originalmente en www.labibliotecaimaginaria.es

domingo, 12 de octubre de 2008

Cuadernos del Sur

HÉROES

Una madrugada un tipo con la nariz rota y torcida, con carné falso y sin identidad propia, alguien que no existe en ningún sitio concreto, aunque responde al nombre de Montaner, es entrevistado en un programa de radio donde tiene la oportunidad de contar buena parte de su vida y, de alguna manera, expiar algunas de sus culpas en el pasado. Es la historia de Rafael Montalbán, un ex superwelter, que un buen día renunció a una carrera prometedora en el mundo del boxeo por una mujer, y desde entonces ha tenido una forma poco ortodoxa de buscarse la vida: portero de un club de alterne y matón a sueldo, como se desprende a lo largo de la entrevista. Aunque, después de veinte años, tras reconocer la voz en off de quien un día fuera el amor de su vida, decide encauzar, con otra perspectiva, su triste existencia para volver al punto de partida donde se equivocó y ajustar, de alguna manera, las cuentas a un pasado que, en una frenética búsqueda hacia la felicidad, lo llevará desde Madrid a la costa de Cádiz y desde aquí hasta una siempre añorada, Lisboa.
Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) conseguía el XVII Premio Luis Berenguer por El síndrome de Mowgli (2008), en realidad, una historia de amor y de venganza, muy al uso de sus propuestas narrativas anteriores, sin esos elementos superfluos que emborronen su decisiva intención de ofrecer una literatura de características definidas, incluida la intriga, la acción, la aventura y una trama tan creíble como efectiva, aunque en esta ocasión, sus pretensiones vayan mucho más allá porque en su protagonista se vislumbra esa necesidad humana de ser aceptado por una sociedad caduca y banal, algo que le otorga al relato una dimensión diferente a la narrativa que estamos acostumbrados de Pérez Domínguez. En realidad, el personaje de Montaner, bien perfilado, creíble por sus actitudes y su dimensión misma, por mucho que lo ha intentado, nunca ha logrado encontrar su lugar en el mundo, como otros muchos de los héroes de la narrativa universal que, como al sevillano, marcaron las lecturas de nuestra niñez y juventud, incluido el personaje aludido de Kipling en El libro de la selva de ineludible referencia. Y es que su amor por Lola, entonces joven, le llevará a una escalada de asuntos sucios cuando, traicionado por la joven, decida olvidarse del mundo para entrar en esa absurda rueda donde la extorsión, la violencia, el crimen organizado y el dinero campean. Para conseguir su propósito tendrá que volver al infierno de antaño y rescatar a una Lola madura de la que aún se siente atraído para escapar con ella a la capital portuguesa de sus sueños. Pero también es verdad que, la novela desprende un sentimiento algo ajeno a la pasión, porque quien es capaz de amar mucho, no perdona fácilmente. El síndrome de Mowgli es, sobre todo, la confirmación como novelista de Andrés Pérez Domínguez, porque con una fluidez narrativa espléndida es capaz de sostener la intriga y la atención del lector, además de explorar un extraordinario desarrollo psicológico de los personajes principales.
Pedro M. Domene

sábado, 11 de octubre de 2008

ABC de Sevilla

Foto: Pepe Ortega
«El boxeo es una metáfora de la vida: si te tumban, te tienes que levantar»
9-10-2008
POR Mª EUGENIA GUTIÉRREZ

SEVILLA. Rafael Montalbán, un «tipo con buen corazón aunque con pintas de matón», es el protagonista de «El Síndrome de Mowgli» (Algaida), la última novela de Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) -ganadora del XVII Premio Luis Berenguer-, donde se combina el entretenimiento con la calidad literaria, los valores morales con los sentimientos, dando así vida a la biografía personal de un «héroe cansado».
-«El que se sitúa fuera de la comunidad pierde de una forma u otra su cualidad de ser humano y se convierte en una especie de reencarnación de genios malignos, pero señalado y temido por todo el mundo». Rafael Montalbán es una de esas personas que vive al margen de la sociedad.
-¡Claro! ¡Es como Mowgli! La complejidad que tiene esta novela es que surge de una metáfora. Y esa metáfora es «El síndrome de Mowgli». Dysney hace unas películas muy bonitas, pero desvirtúa el sentido de las historias. Recuerdo que cuando leí «El Libro de la Selva» a mí me daba mucha pena de Mowgli porque, como todo el mundo sabe, era un cachorro-hombre criado por una manada de lobos, un cachorro-hombre que tuvo que dejar la manada porque desconfiaban de él. Y, entonces, se va a vivir a una aldea con los hombres. Pero de allí también tiene que huir porque los hombres lo consideran un animal. Y no le queda más remedio que convertirse en un cazador solitario de la selva. Montalbán se da cuenta de que le sucede lo mismo que a Mowgli. Es más, creo que todos hemos sido un poco Mowgli: Todos hemos estado en algún sitio que no nos ha gustado o trabajamos en algo que tampoco nos gusta. «El síndrome de Mowgli», en definitiva, es la falta de pertenencia, el no encontrar tu lugar en el mundo.
-¿Es un homenaje a los héroes de nuestra infancia?
-Sí. Lo que pasa es que Montalbán no es un antihéroe, si no que es más bien -y Arturo Pérez Reverte lo define muy bien- un «héroe cansado», es decir, una persona a la que no le queda más remedio que ser un héroe. Y, en cierto modo, sí que es también un homenaje a los tebeos de la niñez y al personaje de Ruyard Kipling.
-¿Se ha sentido más Graham Greene en esta novela, por eso de poder hurgar en el alma de Montalbán?
-Aunque mis otras dos novelas tienen como marco el espionaje y «El síndrome de Mowgli» no, existen ciertos aspectos comunes a todas ellas. Y es que hay ciertos temas que forman parte de mi universo literario, como es la traición y la manera de redimirse de ella, que sí que están presentes tanto en «La clave Pinner» como en «El factor Einstein». En esto sí que me parezco un poco a Graham Greene.
-Pero el hecho de que esté narrada en primera persona le permite ahondar en las pasiones y obsesiones del personaje.
-¡Claro! Porque una novela en primera persona te limita en cuanto a la perspectiva, ya que sólo expones el punto de vista de un personaje, pero a la vez tienes mucha más libertad para introducirte en el personaje.
-Una de las obsesiones de Montalbán es Lola, que aparece siempre como un espejismo ...
-Ese es otro de los puntos comunes en mis historias. Las mujeres siempre son el motor de la historia, aunque aparezcan en un segundo plano. Montalbán sabe que el viaje que va a emprender es absurdo. A pesar de ello, va a Madrid, viaja hasta la costa de Cádiz para luego encontrarse con ella en Lisboa. Sabe que es absurdo pero tiene que saldar la cuenta que tiene pendiente desde hace dieciocho años para poder empezar de nuevo.
-Si Montalbán fuese Ulises, por ejemplo, parece que no le importa tanto llegar a Ítaca como el hecho de emprender el viaje.
-Efectivamente porque lo importante para Montalbán es el camino y no la meta Pero también es un poco quijotesco porque sabe que su viaje es absurdo, aunque también sabe que está obligado a emprenderlo.
-«Un, dos, tres». El libro comprende tres asaltos, como si la vida fuese un combate de boxeo.
-Efectivamente, el boxeo es una metáfora muy interesante de la vida porque la vida a veces consiste en levantarse, en no rendirse y, si te tumban, volverte a levantar. Además, para un tipo como Montalbán estar dentro de un cuadrilátero supone dotar de un orden a su vida. Porque la vida fuera carece de reglas y nadie te respeta.
-La escena en la que Montalbán «expía sus culpas» participando en un programa de radio está basada en una anécdota real, ¿no?
-Eso es muy interesante. Llevo muchos años siendo colaborador de una emisora de radio y, por un lado, esto supone un homenaje a la radio. Por otro lado, lo que hago es ficcionar parte de un hecho real. En 2003 estaba haciendo en Onda Cero un programa literario donde entrevistábamos al autor como si fuese el personaje de su novela. Y uno de los escritores que entrevisté fue David Torres, que ese año había sido finalista del Premio Nadal con «El gran silencio», cuyo protagonista también es un ex-boxeador. Y a la semana me llega una carta de un señora de Barcelona pidiéndome que le diera el télefono de este personaje porque quería contratarlo para que le diera una paliza a sus vecinos, que le estaban haciendo la vida imposible y la policía no le hacía caso. Parece ser que Montalbán es un mal necesario en esta sociedad. Y utilicé esta anécdota como recurso en la novela.
-«En el momento adecuado. Uno llega a los sitios cuando ya no le importan», dice Muñoz Molina en «El invierno en Lisboa». ¿Por qué Lisboa?
-Con esas cuestas empedradas, las fachadas gastadas por la sal del Atlántico, la música de los fados ... todo me venía muy bien para darle ese halo melancólico que yo quería. Además, Lisboa significa para los personajes de mi novela poder cruzar una frontera y dejar atrás todo ese pasado.

lunes, 6 de octubre de 2008

El Correo Gallego II

Hablamos ahora de boxeo. Y, como decía Joyce Carol Oates, el boxeo no se parece a nada.
Un caudal de referencias vienen a nuestra mente. Es el Más dura será la caída. Es, cómo no, Rocky. Es, sobre todo, el infinito mar de la novela negra. Primero, con Sherlock Holmes –casi nadie recuerda que era la cualidad de la que más presumía el personaje: ser un buen pugilista de acuerdo con las normas de Pierre de Fredy, barón de Coubertin–; luego, con Raymond Chandler, con Dashiell Hammett, que trataron mejor que nunca los fantasmas casi siempre molestos y dolorosos del ring. Y, claro, está el Cortázar de La vuelta al día en ochenta mundos, maravilloso catálogo de obsesiones.En España, David Torres dio la campanada con El gran silencio, a la sombra del Premio Nadal. Antes, Francisco Ayala había tratado el tema con El boxeador y un ángel. José Mallorquí se ocupó del asunto prolijamente: en Tres amigos, en El, ella y el deporte, en Todo o nada, en Kayo, en Campeón impopular, en El séptimo round, en Pies planos, en El minuto final... Pero, sobre todo, érase que se era aquél alavés inconmensurable que se llamó Ignacio Aldecoa.
v ANDRÉS. De todos los escritores españoles de nuestros días, Andrés Pérez Domínguez es el más afortunado. Pocos han sabido construir, como él, un universo propio tan válido. Centrarse en los personajes, elaborar una historia para ellos, convirtiéndolos en modelos sólidos como tótems. Nos lo enseñó en El factor Einstein, editada en su día por mr. Ahora, se desmarca en Algaida con El síndrome de Mowgli.Esculpe a Montalbán como Melville a su Bartleby, como Borges a su Funes, como Chandler a su Philip Marlowe. Es claro, meridiano, conciso. A uno le recuerda lo mejor de Mickey Spillane: Kiss Me Deadly oYo, el jurado.
En su narración, las situaciones son reconocibles. Pasa algo universalizable. Ergo: sus criaturas fantasmales se convierten en arquetipos. Es la casuística posible que se transfigura en método. Ahí, lo sórdido se convierte en sublime, el dolor en un arma, los tálamos –estén en Chicago o en El Puerto– en festivos carruseles cósmicos.
Uno siente que ya no podrá vivir sin su fértil y delicada escritura. Dios nos conserve a Andrés muchos años.
Xurxo Fernández

Entrevista en El Correo Gallego

Cuando no hay un lugar en el mundo
05.10.2008
Andrés Pérez domínguez publica ‘El Síndrome de Mowgli’ en Algaida, premio Luis Berenguer
TEXTO: J. MIGUEL GIRÁLDEZ FOTOS: FERNANDO BLANCO
En pocas semanas he hablado dos veces con el gran Andrés Pérez Domínguez. El sevillano alcanzó un éxito notable con su novela anterior, El factor Einstein. Hablo con él en Santiago, de la mano de María Arias, siempre atenta, siempre al quite literario. Gracias, María, o sea. Y Andrés, qué decir. Un tipo estupendo. Descubro que tenemos amistades comunes, admiraciones comunes también: Luis Mateo Díez o José María Merino, uno de los más grandes narradores de cuentos de este país, junto a Antonio Pereira, pongamos por caso. Merino es buen amigo de Pérez Domínguez, y Andrés me dice que tiene cuentos preparados. A ver qué pasa. El síndrome de Mowgli acaba de ganar el premio Luis Berenguer de novela, y Algaida (Anaya) acaba de sacar una edición cuidada con mimo, como suele. La novela, que se escribió antes de El factor Einstein, lo merece. Es la mejor novela de Andrés Pérez Domínguez hasta el momento. La más cuidada, la más elaborada, la que mejor mantiene el edificio del estilo. Y, desde luego, la novela en la que los personajes son más perfectos y más complejos. Porque, más allá de la trama, imprescindible en una novela negra, y esta lo es, aquí estamos ante una historia de personajes, todos ellos fieramente humanos.
–Bueno, Andrés, parece que has cambiado de chip, has dejado un poco de lado la novela histórica y te destapas ahora con una novela negra pura y dura.
–He cambiado el marco. La clave Pinner y El factor Einstein se desarrollaban en la atmósfera de la II Guerra Mundial , eran novelas de espías, y esta es, en cambio, una novela contemporánea, actual, y no tiene nada de guerras ni de ambiente histórico. Pero mira, creo que está hecha con los mismos mimbres. Creo que son también personajes al borde del abismo, personajes que buscan un lugar en el mundo. Es lo que se llama, digamos, mi universo literario. Pienso que estoy en condiciones de decir que mi universo literario se basa en la traición, la redención, el sacrificio, la amistad y la responsabilidad. Creo que estos son los ingredientes que caracterizan mis intereses literarios.
-Me ha parecido una novela muy cuidada. Una novela, que, supongo, beberá de influencias tan claras como las de Dashiel Hammet o Raymond Chandler. Y bueno, he pensado que tu personaje, Montalbán, bien puede ser un homenaje, quizás involuntario, a Vázquez Montalbán. Pero sí, la trama es una trama de perdedores, de seres que no logran vivir en la selva contemporánea. El diseño de los personajes es, para mí, lo mejor de este libro.
-Sí, estoy de acuerdo en lo que dices, desde luego. Lo más importante de la novela es, pienso yo, la metáfora de la que surge la novela y que da origen al tírulo. Es verdad, se refiere a la gente que no logra encontrar un lugar en el mundo. Disney ha hecho grandes películas, pero a veces ha desvirtuado un poco las historia reales. Y hay que pensar en la historia verdadera de El libro de la selva. Mowgli tiene mala suerte, yo de niño sufría mucho con él. Me daba pena. Porque claro, llega un momento que es demasiado inteligente para los animales de la selva, pero también demasiado salvaje para los humanos de la aldea. Así que no encuentra su lugar. Y por eso se tiene que convertir en una especie de cazador solitario. A Rafael Montalbán, que es un matón, que se dedica a dar palizas por encargo, le pasa exactamente eso: es la pieza del puzle que no acaba de encajar. Y él lo sabe. Bueno, y en cuanto a lo de Montalbán, o Montaner, no pensé en Vázquez Montalbán, si soy sincero, aunque quizás sí lo hice inconscientemente, ahora que lo dices.
-Y está la radio, que sale en la novela, que es muy importante en la novela. Claro, tú también eres un hombre dedicado a las ondas, tienes tu espacio en Punto Radio, y...
-Sí, la radio es el lugar en el que Montaner va a expiar sus culpas. Es el lugar en el que ve a Teresa Bernal, la mujer de ojos verdes que conocía de verla en la televisión. La radio es una parte importante de la novela, y sí, claro, tiene que ver con mi experiencia personal. Luego están las mujeres, como Teresa Bernal o Lola, en este caso, que son el auténtico motor de todas mis novelas... son las personas que mueven los hilos detrás de todo... La verdad es que escribí esto porque entrevisté a mi amigo David Torres como personaje, no como autor (era algo que hacíamos para un programa de ámbito nacional). El personaje de David Torres también es un matón que da palizas por encargo, así que debió de resultar muy creíble en el papel de su personaje. Lo digo porque una mujer mayor me escribió a la radio y me pidió que le dijera cómo podía contactar con aquel hombre, o sea, "con el personaje de David Torres", porque sus vecinos le estaban haciendo la vida imposible... Ella quizás no se imaginaba que a quien estábamos entrevistando era al escritor, claro. Por eso coloqué a Montalbán en una radio: quería hacer un homenaje al medio.
-Es curioso cómo acaba yendo al programa de radio, aunque parecía que no lo deseaba. Y esa soledad, tras el programa... se siente como si lo hubieran utilizado. Pero bueno, a fin de cuentas, gracias al programa de radio, a haber contado su vida en directo, aparece de nuevo Lola en su vida. Lola, esa mujer ácrata, escurridiza, que tiene un gran magnetismo. Me pregunto si está diseñada sobre una persona real...
-Ya sabes lo que dice Vargas Llosa: un escritor tiene que ser como Dios en el mundo, estar en todas partes y no ser visible en ningún sitio. Yo no he tenido relación con ninguna mujer como Lola. Es una mujer enigmática, pero no me interesa tanto cómo es, sino cómo es capaz de remover la vida de Montalbán absolutamente. Montalbán protagoniza una huida absurda, es un poco como el Quijote. La verdad es que creo que El síndrome de Mowgli es una novela muy quijotesca...
-Has decidido utilizar un escenario clásico para una novela negra, o policiaca: el escenario del boxeo. Parece una novela americana.
–El boxeo es una metáfora muy interesante de la vida. La vida es lo mismo. Y, por otro lado, el personaje del perdedor, con dignidad, me resulta muy interesante. No diré yo el antihéroe: me refiero más bien al héroe cansado, como dice Pérez Reverte. Montalbán tiene que seguir peleando, aunque tal vez no quisiera. Y a veces, como en el boxeo las reglas están marcadas, estos personajes se sienten mejor dentro del universo de las doce cuerdas. Fuera, se pierden irremediablemente.
-Y de nuevo el viaje, otro de los elementos básicos de tus novelas.
-Si a la historia le viene bien, me gusta mover a los personajes por escenarios reconocibles para los lectores. Y Lisboa le viene estupendamente a esta novela, creo. Pero, después de todo, pienso que en una novela tienen que pasar cosas. Las historias buenas son las que tienen varias lecturas.
-Pero son viajes que buscan la liberación, la redención...
-Claro. Esa es una de las claves de mi narrativa. Yo quiero que el lector termine queriendo un poco a los personajes, y por eso buscan afanosamente la redención, porque han traicionado antes. Cuando era adolescente me gustaba mucho Graham Greene: quizás todo esto de la culpa me viene de él. Es un libro en el que se lucha por sobrevivir, no por ser héroe, sino por liberarse, por encontrar un lugar en el mundo. Un lugar en una jungla que no da muchas facilidades. En la vida no se hace lo que uno quiere, sino lo que uno puede. Y esto es lo que pasa en esta novela.

ABC de Galicia


«El boxeador encarna como nadie al perdedor con dignidad, es una metáfora de la vida»

EVARISTO AMADO SANTIAGO

Casi sin quererlo, y a golpe de lanzamiento, Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) se ha convertido en un compostelano más. Tras visitar la capital gallega para presentar «El factor Einstein», el periodista y escritor andaluz regresa con la premiada «El síndrome de Mowgli» (Premio Internacional de Novela Luis Berenguer, Algaida). Muy alejada de los espacios y tiempos de sus predecesoras, la obra recrea la figura de un inadaptado atropellado por los fracasos, Rafael Montalbán, y su odisea hacia la redención.
-«El síndrome de Mowgli» se escapa bastante lejos del escenario de sus anteriores novelas... ¿Tenía ganas ya de dejar atrás la Segunda Guerra Mundial?
-Ocurre que la escribí entre «La clave Pinner» y «El factor Einstein», pero por el azar se publicó después. No quería dos novelas seguidas en un mismo ambiente, pero ocurrió. Aquí el protagonista es un ex boxeador, una figura muy diferente a las anteriores.
-La novela tiene un final radical.
-El lector es inteligente. No me gusta que me lo den todo hecho. Me gusta que al mes, al día, a la semana, piensen sobre la novela. Las buenas novelas son las que te siguen acompañando por mucho tiempo.
-La radio es una figura muy importante en la novela...
-Soy colaborador de Punto Radio en Sevilla, tengo una sección, la biblioteca de Protagonistas. La radio forma parte de mi vida. Hay un hecho curioso.Hice un programa cuando estaba en Onda Cero, en 2003. Entrevistábamos a los autores como si fuesen los personajes de sus novelas. A David Torres lo entrevisté como Esteban, protagonista de «El gran silencio». A los pocos días me llegó una carta de una mujer que llamó diciendo que quería contratarlo. La radio tiene una fuerza tan grande... La anécdota me sirvió de motor de la novela. Demuestra el poder inmenso que tiene la radio.
-Existen muchas películas memorables sobre boxeadores, pero pocas novelas.
-No hay demasiadas, pero el boxeador encarna como ningún personaje al perdedor con dignidad. Es una gran metáfora de la vida, levantarse tras un golpe y hasta que llegue el siguiente...
-¿Por qué Lisboa?
-Con esa fachada gastada, esas cuestas empedradas, ese aire nostálgico... Me venía muy bien. El personaje aprovecha su viaje para hacer algo que debería haber hecho veinte años atrás. Era como cruzar el Río Grande, como hacían los forajidos... La historia arranca en Madrid, pasa una mitad en la costa de Cádiz, y la otra en Lisboa.
-¿Y la figura de Mowgli?
-Es un homenaje a Kipling. Disney ha hecho películas muy buenas, pero «El libro de la selva» está desvirtuado. Mowgli se queda solo, no encaja ni con los animales ni con los humanos. Como en la novela, es la falta de pertenencia, no encajar.
-¿Qué prepara?
-Uf... He cometido la osadía de publicar dos este año... Tengo pendiente una novela corta, un libro de relatos, y otra en la que voy a volver al Berlín del 45, un homenaje a los españoles de Mauthausen. Los españoles jugaron un papel muy importante, quiero que se vea.
-¿A quién ve protagonizando la versión de cine de la novela?
-Bardem daría el tipo. también Eduard Fernández da el tipo de derrotado. El Robert de Niro de la época de «Toro salvaje» quedaría fantástico. Lo he puesto superwelter de forma interesada: pequeñajo, correoso.
-¿Ha conocido a algún Rafael Montalbán de carne y hueso?
-Son personajes que están ahí, en la calle. A alguno parecido, que ejerce de guardaespaldas. Es un mundo que, por desgracia, no queremos ver, pero está al pie de la calle.
Además de su faceta como escritor, Pérez Domínguez mantiene un espacio literario en la emisora sevillana de Punto Radio

jueves, 2 de octubre de 2008

Mercurio, octubre de 2008

EL SÍNDROME DE MOWGLI

Conocí a Andrés Pérez Domínguez cuando fue ganador del Premio de cuentos Max Aub –formaba yo parte del jurado- y he tenido ocasión de leer otros cuentos suyos también interesantes, pero sus publicaciones más difundidas son dos novelas: “La clave Pinner” y “El factor Einstein”. En ambas, Pérez Domínguez presenta ciertos ámbitos del mundo del espionaje al hilo de circunstancias históricas: en la primera se reconstruyen con acierto determinados aspectos de la sórdida España de posguerra, y en la segunda, aparte de la evocación también afortunada de diferentes espacios españoles, alemanes y norteamericanos de la época, se recrea el personaje de Albert Einstein en la peligrosa cercanía de una agente nazi descontrolada por un peculiar fanatismo.
Sin abandonar el campo del espionaje, en ambas novelas es evidente el propósito de elaboración de un texto marcado por la profundización en los personajes, un lenguaje literario expresivo y un ritmo no acuciado por las convenciones del género.
“El síndrome de Mowgli”, XVII Premio Luis Berenguer, mantiene la tónica estilística y hasta dramática de aquellas novelas, y aunque Pérez Domínguez ha abandonado los espacios históricos de la segunda guerra mundial, la novela ofrece una atmósfera propia de ciertas películas del thriller americano de la década de los años cincuenta del pasado siglo, y hasta el tipo de lenguaje, y su ritmo, también pausado, hecho a lo que pudiéramos llamar “planos-secuencia”, está interpolado por diálogos que son claros homenajes a aquel tipo de cinematografía.
El protagonista más evidente –pues resulta el narrador- es Rafael Montalbán, boxeador fracasado por escrúpulos morales, ocasional colaborador de un hombre poderoso, por fin matón a sueldo para aviso de morosos, adúlteros furtivos y otros especimenes similares en los márgenes de los usos sociales más aceptados, aunque siempre cumplidor de ciertas normas éticas que lo separan del sicario vulgar. Lector de novelas y hasta con ciertas tentaciones de escritor, el desengañado Montalbán, entusiasta de Kipling, se considera a sí mismo como un remedo del protagonista de “Los libros de la selva”, incapaz de integrarse en la manada de lobos pero también de encontrarse satisfecho entre su propios congéneres. Sin embargo, por la misteriosa fuerza de los arquetipos –que trajeron al verdadero Mowgli de otros modelos, entre los que no son los menos importantes aquellos hermanos, fundadores de Roma, que alimentó una loba- el personaje de Montalbán es heredero también de otros, como en un momento señala Lola, su “amor de perdición” y verdadera antagonista: “…siempre fuiste un caballero. Un caballero andante”. Y el arquetipo del caballero andante, sin tacha y sin miedo, es el que a la postre impregna a este perdedor cuyo profundo desarraigo no es capaz jamás de hacerle infringir su código del honor, que llega a lo quijotesco.
En cuanto a Lola, viene a ser otra “Mowgli” femenina que, trazada con menos elementos –al fin y al cabo la novela se construye como una especie de memoria/flujo de conciencia con focalización en Montalbán- consolida una personalidad desconcertante y sugerente, a pesar de los escuetos datos que de ella se nos ofrecen.
“El síndrome de Mowgli” nos vuelve a mostrar a un escritor capaz de imaginar historias que parecían ajenas a la ficción española, sin abandonar ni los escenarios reconocibles ni el empeño en conseguir una decidida palpitación literaria.

José María Merino

miércoles, 1 de octubre de 2008

Mis amigos de Galicia

El lunes pasado estuve en Santiago, de promoción. Cualquiera que se pase por aquí y que vea las entrevistas en gallego hablando de El síndrome de Mowgli se dará cuenta. Ya había estado allí en marzo, con El factor Einstein, y aunque siempre digo que hubiera preferido no publicar las dos novelas el mismo año, una de las mejores cosas que me han pasado por esta coincidencia ha sido volver a Galicia casi siete meses después de entonces. Uno no es del todo consciente de lo bien que se ha sentido en un sitio hasta que no se marcha de él y lo recuerda. El viaje es agotador: te tienes que ir de Sevilla un día antes porque desde por la mañana muy temprano María Arias, la superhéroe de prensa en Santiago pone a prueba tu resistencia y tu capacidad de atender a tanta gente. Apenas llevas dos horas y ya has perdido la cuenta de cuántas veces has entrado en un programa de radio, de las veces que has salido en la tele o de las fotos que te has hecho en el jardín. Lo de superhéroe -o tal vez se diga superheroína: por si la ministra Aído está al acecho y me cierra el blog- no es ninguna tontería: siempre que quedo pensando que María Arias tiene superpoderes, o quizá sea una meiga, por la de cosas que es capaz de conseguir, y que quepan, en un sólo día. Los autores siempre la recomendamos a nuestros editores. Cualquier escritor que haya estado en Santiago sabrá por qué.
Os dejo una muestra gráfica de mi paso por Galicia, un pequeño álbum de fotos donde caben unos cuantos amigos.




Aquí estoy con Carlos Roma, de Correo TV. Luego nos dimos un paseo muy agradable por el jardín mientras el cámara dejaba constancia. Hacía un día espléndido. Las dos veces que he estado en Santiago este año ha lucido el sol.

Éste es Miguel Giráldez, que me entrevistaba para la radio a la antigua usanza, acercándome la grabadora para que le contestase. Las entrevistas de Giráldez tienen muchas cosas buenas. La primera, que se ha leído los libros antes, y eso casi nunca sucede (salvo en Santiago); la segunda, que cuando estás hablando con él es como si los relojes no existieran. Tiene muchas más ventajas sentarte a hablar de libros con este tipo, pero no cabrían en una sola entrada de este blog.

Y esta mujer que está aquí es María Arias, la encargada de todo este barullo delicioso, y la que hizo todas las fotos. Salvo ésta, claro. ¿O tal vez la hizo ella también? A ver si va a ser verdad eso de que tiene algo de meiga. El que está sentado a mi lado es el gran Pemón Bouzas, al que conocí en febrero pasado, en Toledo, y enseguida nos hicimos amigos. Y es que ésta es una de mis escasas virtudes, que enseguida acabo haciéndome amigo de la buena gente.

Y ésta, que me perdonen los demás, es mi foto favorita. Me acompañan, de izquiera a derecha: Pemón Bouzas, Miguel Giráldez, y el entrañable Xurxo Fernández. Xurxo, de ti voy a hablar en la siguiente foto, conque sigue leyendo.

Durante la comida, este tipo, Xurxo Fernández. que tiene la buena costumbre de disfrutar con mis libros, estuvo a punto de hacer que se me saltaran las lágrimas. Escribir es un oficio muy raro, y a veces se te hace todo muy cuesta arriba, pero a veces pasas un rato con un tipo así y te das cuenta de que al final ha merecido la pena el esfuerzo.

Aquí estoy con Anxa Correa, desgranando las andanzas de Rafael Montalbán en El sindrome de Mowgli mientras la grabadora hace su trabajo.


Y aquí repitiendo la escena -y repetir en estas ocasiones es un placer- con Vanesa Oliveira.


La penúltima entrevista del día fue con Sandra Romero, en Radio Obradoiro. Me gustó la decoración del estudio, con las paredes agujeredas como si fueran estrellas, y, por supuesto, la entrevistadora.
Y ésta fue la última entrevista del día. He puesto esta foto movida porque me ha gustado mucho. La última vez que estuve en Santiago, con Ramón Castro y María Arias pasé el momento más divertido de toda la promoción. Y esta vez, antes de empezar la entrevista, nos reímos tanto que, si no nos avisan de que tenían que utilizar el estudio no me extrañaría que nos hubiéramos quedado un buen rato ahí los tres, riéndonos y contándonos cosas, olvidándonos de la entrevista y del avión que tenía que coger para volver a casa.

Todo esto va por vosotros. Con promoción o sin ella, con libro publicado o sin él, así, en plan general Mac Arthur pero sin ánimo belicista, desde luego, tened por seguro que volveré.

Un abrazo a todos.

El síndrome de Mowgli en El público lee

El síndrome de Mowgli en Eitb (programa Forum)

Presentación en Madrid

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